jueves, 9 de junio de 2011

"El corazón que quería comprender" (cuento)

Había una vez… un corazón viajero de la Luz, con unos cuantos kilómetros de vida recorridos, que en su peregrinar por mundos diferentes, descubrió que guardaba en sí mismo, un secreto deseo de alcanzar ese sueño posible…

En un lugar de un planeta llamado TIERRA, había una vez un rincón al que nunca nadie se había atrevido a modificar. Un lugar que seguía sólo aquellos ritmos que su CREADOR le había asignado; un lugar en el que toda la misteriosa diversidad de la vida era sagrada.

Ahí, en ese pedacito tan pero tan especial de esta TIERRA, tan cerca como lejos de cualquiera de nosotros, una mujer contemplaba en silencio todo su entorno, con grandes ojos asombrados, del mismo color de la tierra que pisaban sus pies.

Cada vez que su mirada viva recorría los detalles de ese lugar, descubría el brillo de su propia luz e, instantáneamente, sus ojos capturaban esas imágenes, que guardaba impecablemente como si fuera la memoria de una cámara de fotos.

¿Tendría quizás, algún don especial? ¿Qué era lo que la hacía diferente? ¿Por qué llamaba la atención? ¿Qué sentido tenía su presencia en ese lugar?

Su apariencia era muy similar a la de cualquier ser humano, a no ser por ese brillo permanente en su mirada sin edad, por la luz que irradiaban sus formas al moverse -apenas acariciando el aire- y por la perfección de sus movimientos que eran una danza acompasando la vida.
Con cada gesto... con cada ademán abrazaba hasta la más pequeñita partícula del aire con una infinita ternura. Su voz era un sofisticado instrumento dentro de la orquesta del Universo. Ese lugar en el que estaba, realmente era un sitio “súper-especial”. Allí, todo parecía perfecto... El tiempo no existía y tampoco, el apuro ni las corridas desenfrenadas por alcanzar quién sabe qué cosas o personas…  Toda su diversidad convivía en absoluta hermandad, todo acontecía mansamente.

¿Estaría sola aquella mujer sin edad? Tal vez, no... Se la veía alegre, radiante, vital, libre, despreocupada. Todo estaba bien en su mundo y absolutamente, nada alteraba su placidez y felicidad.

El Amor Infinito, la Fuente Suprema de LUZ, la Gracia Divina… estaban presentes en ella, en su mirada, en su corazón, en su cuerpo… en cada célula, en cada rincón de su alma!!! Era indudable!!! Era posible ver claramente que su diálogo con el Creador era continuo, fluido, murmurante y eterno, como el vaivén de las olas del mar.

Toda su actitud ponía al descubierto que sus pasos eran guiados a cada instante desde lo Infinito con especial cuidado y que ella, se dejaba conducir por esa Luz, ese Poder Divino, sin distraer su atención hacia lo superfluo... con total aceptación de su propio destino.

Poco a poco, comenzaron a escucharse otras voces que se acercaban al lugar. Eran tan “cantarinas” como la de esa mujer; todas juntas creaban una melodía única, profunda, que llegaba a los rincones ocultos del corazón... una melodía en total armonía con los sonidos del Universo, un sinfín de acordes armónicos. ¡Era sublime escucharla en silencio! ¿¡Qué más podía pedir en ese momento que sentirme en absoluta comunión con esa “Sinfonía Magnífica”?! Hasta las plantas, los pájaros, las piedras… todo, parecían reunirse sonoramente a ese gran concierto  y en esa danza infinita de la vida.

Fueron sumándose a la escena hombres y mujeres “sin edades”. pues era imposible calcularlas con sus cuerpos tan resplandecientes y sin máculas; con sus rostros sellados por sonrisas plácidas y relajadas, irradiando amor en cada palabra, en cada gesto… expresando PAZ, esa Paz tan añorada por nuestros corazones humanos, tan buscada por todos los rincones de nuestro cotidiano vivir, cansados ya de guerras, agresiones, desencuentros y ausencia de AMOR.

De repente… ese corazón que quería comprender, que hablaba… ME hablada! Y comenzó a latir con toda su potencia vital dentro de mí! Podía escuchar su voz, percibir su pulso rítmico haciendo vibrar cada uno de mis átomos, transformando mi entorno conocido, hasta dejarme justo en le medio de aquel círculo de seres en comunión de almas.

Me quedé muda de asombro… ¿era parte de ese grupo o simple espectadora interdimensional?

Sentí que el aire se detenía a mi alrededor… que los sonidos formaban una campana melodiosa y envolvente… Una oleada cálida abrazó mi corazón y acarició mi alma y se detuvo el movimiento; entré en pausa… Una misteriosa y amorosa sensación se apoderó de mí en ese instante. De pronto, los límites entre sueño y realidad se habían esfumado y yo, era parte de ese grupo de seres…”
Esther Mónica Shocron B.
1998/2011