miércoles, 2 de marzo de 2011

Casi una experiencia mística...


... que mi corazón, más allá del espacio y del tiempo, quiere compartir hoy, con la misma intensidad que lo hice aquél verano del 2005...cuando volví del Sur.

“Estoy parada en silencio, contemplando el paisaje; me siento pequeña ante la majestuosidad de estos hielos gigantes, azules, con algunas manchas pardas  y oscuras. Es un rincón de nuestra Tierra, bien al sur , casi al  final del mapa de Argentina. Este lugar tiene magia, tiene poder; es absoluto y sobrecogedor; es imponente y solemne; es sagrado.
 Me quedo muda ante su presencia! Es injusto limitar esta experiencia profunda a unas cuantas palabras. Mi corazón late con fuerzas; siento el frío en mi rostro, el aire húmedo y la llovizna, pero no me incomodan. Estoy acá, increíblemente traída por la vida hasta este rincón del planeta. Sé que todo tiene un motivo, pero no me he puesto a buscarlo; sólo quiero sentir, dejarme llevar hasta donde he de llegar. No quiero que las preguntas me distraigan. Shhh!!! Silencio.

Mi cuerpo se siente confortable; mi menta serena y mi corazón activo. Las nubes cubren el cielo con blancos y grises; los hielos permanecen… ¿permanecen? De pronto mi corazón da un salto; siento que los hielos no permanecen; escucho un fuerte sonido, algo así como un trueno lejano... y luego, otro... y otro más; son partes del glaciar cayendo en las aguas gélidas del Lago Argentino. Siento ganas de llorar; son esas lágrimas que brotan de las profundidades desconocidas de mi propia esencia; es como un grito ahogado; ¿de dónde viene? Tal vez, de la naturaleza que pide auxilio., del alma del glaciar, del alma de la Madre Tierra. No estoy delirando! Apenas estoy con mi sensibilidad a flor de piel y la conciencia expandida, más de lo que podría imaginar; de repente no sé si me he convertido en el mismo glaciar; siento el impulso de abrazar su inmensidad con los brazos del corazón, esos brazos extensos que abarcan horizontes ilimitados. Me siento en estado de Gracia!
Iniciamos una lenta peregrinación sobre el manto helado del Glaciar Perito Moreno.
Camino lentamente en ascenso; me siento en comunión con todo lo que me rodea. Mis ojos contemplan, silenciosa mi mente y murmurante mi corazón; mi respiración sigue el compás. La vida está aquí; está más allá de los rincones que pueden ver mis ojos. Mis oídos pueden llevarme trascendiendo la mirada hasta descubrir los sonidos más leves y distantes. Soy una parte más de todo y, sin mi presencia, esto tampoco sería posible; si no estuviera aquí con mis pies en el hielo, con mis manos al aire, con mis ojos abiertos, mis sentidos alerta y el corazón sin corazas ¿quién le pondría voz al glaciar?
Mis pies se clavan alternadamente en la superficie helada, por tramos transparente y azulada, agrietada y filosa; con lagunas azules, quietas y mudas. Siento que desde mis pies crecen raíces hacia el interior del glaciar y me sostienen unida a él.
Escucho el viento traspasar las montañas silenciosas y heladas; es tan difícil transmitir este sentimiento que brota desde el centro de mi ser, como comprenderlo  si no se vive la experiencia. Me reconozco porque soy parte y no estoy aparte. Siento la llovizna fría y constante sobre mi cara pero no me molesta. Estoy en comunión con la naturaleza y esto hace todo confortable, fluido y sereno. No hay reclamos sino aceptación.
El ascenso en fila continúa, con pequeños altos para contemplar y guardar en la memoria. Todo el grupo sigue la huella marcada por los guías ...  se escuchan las voces, las risas, los clicks de las máquinas de fotos y también los silenciosos paseos visuales de las filmadoras, ojos al acecho de las imágenes, los colores y las formas. Pero yo, necesito quedarme en silencio unos minutos; preciso aquietar mis pensamientos, parar las preguntas, detener la marcha, evitar las interferencias externas e internas.
Siento la urgencia de ir hacia adentro, de arrodillarme ante esta sagrada inmensidad; de dar las gracias por haber llegado hasta este lugar... como si éste, fuese el único acto casi posible en este momento.
Somos tan pequeños… Aún tenemos tanto que aprender para cuidar aquello que la vida nos ha dado en custodia; no somos los dueños sino apenas sus guardianes, tal vez, ángeles custodios de todo esto que merece nuestro respeto absoluto y permanente, porque cada uno de los componentes de nuestro planeta, no tendremos sentido para nuestra existencia en él... Y todo aquello que pierde su sentido de existencia, DE-SA-PA-RE-CE."

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